Historia del anime (II). Los primeros maestros

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Seitaro Kitayama fue el primer dibujante en la historia del anime que creó un estudio de animación y formó a un grupo de jóvenes estudiantes para crear cortometrajes. El Gran Terremoto de Kanto en 1923 terminó con sus ambiciones fílmicas, pero sus discípulos continuaron el trabajo hasta convertirse en verdaderos maestros del anime.

Aprendices como Sanae Yamamoto o Hakuzan Zimura incorporaron grandes novedades a la producción de sus obras, como son los letreros entre escenas (un recurso habitual en el cine mudo). Además, inventaron métodos para sugerir un acompañamiento musical en la proyección de sus películas.

La animación japonesa aún iba muy detrás de la que proponían compañías como Disney, a todo color y con millones de dólares presupuesto, por lo que no podía competir en igualdad de condiciones. Eso sí, los dibujantes nipones iban creando, poco a poco, un sello propio en su forma de hacer anime con recortes que iba a influir en muchos artistas durante la época posterior a la Segunda Guerra Mundial.

Bienvenid@, estás a punto de conocer a los auténticos maestros del anime de la preguerra.

CONOCE A LOS MAESTROS DEL ANIME

SANAE YAMAMOTO

Imagen de Sanae Yamamoto. Fuente: Animation Filmarchives
Imagen de Sanae Yamamoto. Fuente: Animation Filmarchives

Sanae Yamamoto era uno de los alumnos predilectos de Kitayama. El joven artista tenía bien claro que quería ser dibujante, y se escapó de casa para estudiar en la prestigiosa Escuela de Arte de Kawabata y en la Asociación de Arte Tatsumi. Allí fue donde lo encontró el bueno de Seitaro, que lo puso a trabajar en su propio estudio de animación.

La única obra que hicieron juntos, de nombre La liebre y la tortuga (1924), narra la conocida fábula de estos dos animales con una pequeña innovación formal. La novedad está en que las voces de los dos animales sugieren notas musicales que pueden interpretarse mientras vemos las escenas, además de incluir las escenas intercaladas con texto para que entendamos mejor las motivaciones y las preocupaciones de los personajes.

Corto de La liebre y la tortuga (1924), de Sanae Yamamoto. Fuente: youtube

En 1925, Yamamoto decidió seguir su propio camino y fundar su propio estudio: Yamamoto Mangaeiga Seisakusho. En él hizo su segundo cortometraje, Ubasuteyama (1925), basado en una leyenda japonesa por la que los hijos debían abandonar a sus ancianas madres a su suerte en lo alto de una montaña. Pero un joven granjero decide esconder a su madre en el suelo del granero, y su sabiduría resulta clave para que el señor feudal termine perdonándole la vida.

La película tuvo tanta repercusión que el Ministerio de Educación japonés decidió contratar a Yamamoto y comisionar sus próximas animaciones. De esta forma pudo completar otros animes basados en fábulas japonesas como Momotaro (1928), Old Man Goichi (1931) o El zorro perezoso (1941).

Después de la Segunda Guerra Mundial, el animador creó la empresa Shin Nihon Dogasha, en la que reunió a más de 100 jóvenes animadores para darle un nuevo impulso a la industria del anime. Junto con su amigo Kenzo Masaoka, llegaría a fundar la mítica Toei Doga, que con el paso de los años se convertiría en la empresa más importante en la historia de la animación japonesa: Toei Animation.

Con el paso de los años, e incluso después de abandonar la compañía, Sanae Yamamoto siguió dando lecciones a los nuevos animadores para que pudieran plasmar el arte de los dibujos en movimiento dentro de la gran pantalla. Un maestro que no solo dirigió obras, sino que también guió a otros jóvenes en la industria siguiendo los pasos de su maestro Seitaro Kitayama.

Ubasuteyama (1925), obra clave de Sanae Yamamoto. Fuente: youtube

HAKUZAN KIMURA

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Suzumi bune (barco de verano). Pintura Edo que inspiró a Kimura. Fuente: Pinterest

Fue precisamente otro discípulo de Kitayama, Hazukan Kimura, quien dedicó las primeras fases de su carrera a continuar su legado. En un principio era decorador de murales y dibujante de letreros para cines, pero unos amigos suyos lo pusieron en contacto con Asahi Kinema. La empresa le pagó para que creara su primer drama histórico en movimiento: Akagaki Genzo, a Sake Bottle Farewell (1924).

Tan solo un año después creó una de las mejores obras de la época, El cuento del templo cangrejo (1925), un relato budista en el que un cangrejo -una entidad espiritual en la mitología japonesa- salva a una joven muchacha de caer víctima de las fauces de una serpiente hasta en dos ocasiones. A partir de entonces, al igual que Yamamoto, empezó a producir obras comisionadas por el Ministerio de Educación hasta que dio comienzo la guerra. Algunas de las obras de esta época son The nation of fish (1928) y Yoshichiro Salutes (1933).

Pero si por algo es conocido Kimura es por haber creado el primer cortometraje pornográfico del anime. Se trata de Suzumibune (1932), un corto de 10 minutos en el que dos mujeres pasean por el río Kanda intentando seducir al capitán de un barco. El proyecto tardó 3 años en completarse, pero no llegó a ver la luz porque la policía lo requisó antes de que llegara a los cines. En la actualidad existe una copia que se encontró hace unos años, dentro del Museo Nacional de Arte Moderno de Tokio, pero parece que no podrá verse hasta dentro de mucho tiempo.

The nation of fish, obra de Hazukan Kimura. Fuente: Youtube

NOBURO OFUJI

Imagen de Noburo Ofuji. Fuente: Anime-planet
Imagen de Noburo Ofuji. Fuente: Anime-planet

Noburo Ofuji fue aprendiz de otro gran fundador del anime, Junichi Kouchi, y desarrolló un estilo único que influyó en la forma de hacer animación en todo el país. Utilizando figuras de papel milenario (chiyogami), contaba las historias de reyes y dioses que se enfrentaban entre sí por el honor de una princesa.

Fue así como ideó su primer cortometraje, Los ladrones del castillo de Baghdad (1926), en la que un pequeño ladronzuelo se embarca en una odisea por salvar a una mujer de un temible dragón.

Al año siguiente fundó su propio estudio de animación en casa. Su hermana y él se ocuparon de crear obras cada vez más ambiciosas, empleando técnicas nuevas como el cinecolor y las siluetas. Durante esta época vieron la luz películas como La flor dorada (1929) o El himno nacional, Kimigayo (1932)

Ofuji incorporó el celuloide a color en sus dibujos después de que terminara la Segunda Guerra Mundial. Dos de sus películas, Ballenas (1952) y El barco fantasma (1956), llegaron hasta Cannes y Venecia, demostrando que el anime también podía competir en festivales internacionales.

Tras su muerte en 1961 se creó el primer premio en la historia del anime japonés, el Noburu Ofuji award. Con él se ha podido galardonar la innovación y la calidad en las películas de, entre otros, el Studio Ghibli.

1 hora con las obras de Noburo Ofuji. Fuente: Youtube

YASUJI MURATA

Imagen de Yasuji Murata. Fuente: MUBI
Imagen de Yasuji Murata. Fuente: MUBI

Yasuji Murata, al igual que Hakuzan Kimura, comenzó su carrera pintando murales de películas extranjeras en los cines de Kioto. Pero el Gran Terremoto de Kanto le llevó a conocer a Sanae Yamamoto, que le ayudó a definir su propia técnica basada en el estilo de papel recortado que había aprendido de su gran ídolo, el americano John Randolph Bray.

Su primer trabajo, El mono y el cangrejo (1927), estaba tan bien hecho que le llevó a recibir un encargo de la Yokohama Cinema Shokai para crear una serie de cortometrajes educativos para niños: la Athena Library Series (1925-39). Gracias a este ambicioso proyecto llegó a dirigir más de cincuenta películas, muchas de ellas basadas en cuentos infantiles con animales como protagonistas.

Algunas de las obras de esta época son The Animal Olympics y la innovadora Two worlds.

Apoyado por Yamamoto, Murata creó su propia empresa para producir películas de nuevos artistas. Después de la Segunda Guerra Mundial, muchos maestros como él tomaron este camino para abrir el campo a las nuevas generaciones.

Cortometraje El mono y el cangrejo (1927), de Yasuji Murata

LA LLEGADA DEL CELULOIDE

Antes de los años 30, los animadores japoneses se habían basado en materiales prácticos para hacer sus obras: papel, cartones, tizas… La llegada del celuloide a Japón en 1929 revolucionó la forma de hacer animación. Sin embargo, al tratarse de un material caro e importado, solo entre las clases altas había dibujantes que se lo podían permitir.

El primero de ellos fue Kenzo Masaoka, un joven adinerado que compró celuloide para crear su primera película: La absurda historia de la isla de los monos (1930). La historia del anime cambiaría por completo gracias a este joven actor y director, que se basaría en los trabajos de los maestros para incluir técnicas revolucionarias como el color o el sonido.

Había comenzado la era moderna de la animación japonesa.


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