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El anime es un subgénero del cine de animación, que nació en la primera década del siglo XX dentro de Japón. Muchos lo conocen por series como Dragon Ball, One Piece y Sailor Moon, junto con las emblemáticas películas de Studio Ghibli. Sin embargo, la historia del anime es mucho más compleja, y podemos entenderla mejor cuando conocemos la inspiración de sus fundadores: las primeras obras de la animación en Europa y Estados Unidos. De ellas saldría el germen para crear el primer anime de la historia: Katsudo Shashin.
Esta época del anime, que va desde 1917 hasta 1923, tiene como protagonistas a tres dibujantes: Oten Shimokawa, Jun’ichi Kōuchi y Seitaro Kitayama. Con apenas 15 cortometrajes hechos para los cines japoneses, nos enseñaron cómo unos dibujos en movimiento, fabricados con técnicas rudimentarias como la cera o el carboncillo, podían tener su nicho de mercado en las taquillas.
Presta atención, porque vamos a decirte cómo surgió el anime en el principio de sus cien años de vida. Esta serie de siete capítulos te enseñará todo lo que necesitas para ser un experto del anime, listo para compartir los mejores artículos con tus amigos. ¿Te animas?
¿CUÁL FUE EL PRIMER ANIME DE LA HISTORIA?
El primer anime de la historia fue Katsudō Shashin («Imágenes en movimiento»), un clip de 50 fotogramas y 3 segundos de duración hecho en una tira de celuloide que se repetía en bucle al proyectarse. En él, un joven marinero con un sombrero rojo escribe ese mismo texto en una pizarra mientras se da la vuelta y saluda. Fue descubierto el 31 de julio de 2005 por el profesor Natsuki Matsumoto en un proyector de una familia de Kyoto.
A día de hoy, no se sabe nada del autor. Tampoco está claro si se hizo en 1907 (un año antes de que Fantasmagorie divulgara la animación por el mundo) o fue en 1914. Eso sí, existen teorías que lo sitúan como parte de una producción en masa encargada por el estudio de cine Yoshizawa Sōten, elaborada con una técnica que ya permitía animar los dibujos a través de la linterna mágica: el estarcido o kappazuri. En cualquier caso, esta podría ser la primera manifestación de animación japonesa de la que tenemos constancia.
LOS FUNDADORES DEL ANIME
La historia del anime nació a principios del siglo XX, poco después de que la animación lo hiciera en Europa y en Estados Unidos. Las productoras de cine japonesas, inspiradas por pequeños trabajos como el Théâtre optique de Émile Reynaud (1888), Humorous Phases of Funny Faces (1906) o Fantasmagorie (1908), de Émile Cohl, decidieron comisionar las primeras obras autóctonas a artistas que trabajaban en las revistas de Tokio durante aquella época. Fue así como nacieron los primeros tres fundadores del anime.
Oten Shimokawa


Una de las primeras compañías que se interesó por financiar productos de animación fue Tennenshoku Katsudō Shashin, que en 1916 le encargó al joven dibujante Ōten Shimokawa una pequeña obra para proyectar delante del público en el famoso teatro de Tokio Asakusa Kinema Kurabu.
El mangaka de 26 años, que trabajaba en una revista haciendo dibujos propagandísticos, no lo tuvo fácil para cumplir el encargo. Shimokawa empleó cera blanca y carboncillos sobre un fondo de tablero oscuro para dibujar los personajes, poniendo la tinta sobre la película que las animaciones resultaran convincentes.
De su esfuerzo surgió la primera obra del anime hecha con fines comerciales: Imokawa Mukuzō Genkanban no Maki (La historia del conserje Mukuzō Imukawa), un cortometraje de cinco minutos que enamoró a la audiencia y le permitió estrenar otros cinco proyectos parecidos a lo largo del año 1917. Por desgracia, no se han conservado fotogramas de ninguna de sus animaciones hasta la fecha.
El animador terminó su carrera unos años más tarde, aquejado por unos problemas de salud que le obligaron a retirarse y trabajar como consultor para otras empresas de animación que lanzaron sus películas durante los años 30 y 40.
Jun’ichi Kōuchi


Otra de las empresas que vio el potencial del anime como medio de ventas fue Kobayashi Shokai, que le encargó a otro dibujante, Junichi Kouchi, la creación de una pieza de animación para su colección en 1917: Hanawa Hekonai, Meitō no maki (Hekonai Hanawa y su nueva espada).
El joven, que llevaba años dibujando portadas para la revista política Tokyo Maiyu Shinbunsha, lo vio como una oportunidad de crecer en el ámbito profesional. Fue así como se lanzó a la aventura de crear este cortometraje cómico, de 4 minutos, en el que un samurái tiene que salvarse de las jugarretas que le gasta una espada que él mismo le ha comprado a un anciano vendedor de espadas.
Kouchi creó otras dos piezas para Shinbunsha ese mismo año, pero esta es la que mejor se conserva de todas las que se lanzaron. El autor volvió a su antiguo oficio como caricaturista, pero siguió vinculado al mundo de la animación desde 1923 a 1931, lanzando cortometrajes promocionales para diversos partidos políticos.
Cortometraje Hanawa Hekonai, Meitō no maki, de Sumikazu Kouchi
Seitaro Kitayama


Cuatro meses después de que Shimokawa lanzara el primer film comercial en Japón, le llegó el turno a un pintor que había mostrado gran interés por apoyar a los artistas japoneses de su tiempo: Seitaro Kitayama. El promotor de exposiciones y catálogos creó una animación para el estudio Nikkatsu Mukojima que le valió buenas críticas: un cuento tradicional nipón titulado Saru Kani Gassen (La batalla del mono y el cangrejo).
Con el visto bueno de los ejecutivos de la compañía, Kitayama no tardó en contratar a otros diez jóvenes para empezar la realización de otras nueves películas que se lanzarían durante el año 1917. Entre ellos estaban algunos que también darían forma a la historia de la animación japonesa, como Sanae Yamamoto, Hiroshi Mineda y Kiichiro Kanai.
De Kitayama solo conservamos otra obra, producida por él y que vio la luz en el año 1918: Urashima Taro, una historia folclórica en la que un pescador salva a una tortuga y es recompensado con una visita al Palacio del dios Dragón. Justo ese año apareció otro cortometraje con un gran valor histórico: Momotarō, que fue la primera película animada japonesa que se estrenó en las salas de cine de occidente.
Seitaro Kitayama se marchó de Nikkatsu en 1921 para fundar su propio estudio de animación: Kitayama Eiga Seisakusho. Sin embargo, el Gran Terremoto de Kanto de 1923 terminó con sus aspiraciones, y el dibujante dejó la animación para trabajar como cámara en uno de los periódicos más conocidos de la ciudad de Osaka hasta el final de sus días.
Cortometraje de Urashima Taro, obra producida por Seitaro Kitayama. Fuente: Youtube
EL GRAN TERREMOTO DE KANTŌ (1923)
Los fundadores del anime, Oten Shimokawa, Jun’ichi Kōuchi y Seitaro Kitayama, habían comenzado a producir animes comerciales que empezaban a tener éxito entre el público japonés. Pero el gran problema vino cuando un desastre natural azotó la costa japonesa, llevándose los sueños de muchos estudios japoneses y la vida de más de 100.000 personas.
El Gran terremoto de Kantō (1923) fue una mezcla de tifones, incendios y tsunamis que golpeó la región de Kanto, extendiéndose hasta las regiones vecinas de Chiba, Shizuoka y la propia capital de Tokio. En total, más de medio millón de edificios quedaron destruidos, provocando que casi dos millones de personas se quedaran sin hogar en un país que no estaba preparado para el efecto del devastador seísmo.
El estudio de Seitaro Kitayama quedó destruido hasta las cenizas. Pero sus discípulos, entre los que se encontraban Sanae Yamamoto o Noburō Ōfuji, impulsarían nuevas técnicas para convertirse en auténticos maestros del anime. Fruto de su esfuerzo surgió una corriente de renovación que impulsó el anime en las décadas posteriores.


Fuentes
El economista: «¿Cuál es el primer anime de la historia?»
Animation Filmarchives: Jun’ichi Kōuchi
Animation Filmarchives: Seitaro Kitayama